CRISIS POLÍTICA, DEMOCRÁTICA y ECONÓMICA
ELA afirmaba el 1ª de Mayo que padecíamos una crisis “económica,
democrática y política”. Llevamos tiempo diciéndolo pero los medios
del sistema (públicos y privados) no se hacían eco porque molestaba al
poder. La crisis es económica precisamente porque, desde hace años, es
política y democrática. Sí, la crisis es, por una parte,
política. La clase gubernamental está subordinada al capital más
codicioso. El documental norteamericano “Inside
job” refleja cómo de manera estructural el capital controla la
política, a los republicanos y a los demócratas; cómo estos trabajan
para él. Aquí sucede lo mismo: Confusión de personas en intereses
público-privados, comités de asesores empresariales, “expertos” del
mundo económico… dictan qué hay que hacer en su propio beneficio, y se
hace.
Es una catástrofe política que las diferencias en política económica y
social, entre quienes tienen opción de gobernar, sean inapreciables. El
PP es feliz al ver a la “socialdemocracia” que se quema a lo bonzo
desarrollando
el programa neoliberal, perdiendo sus referencias y sirviéndole en
bandeja las elecciones. Es sintomático que
más del 75% de la sociedad esté contra la reforma de las pensiones y
que, sin embargo, en el Parlamento español vayan a votar a favor el 99%
de los diputados.
Esa clase política se relaciona con la sociedad y sus organizaciones a
través del Boletín Oficial. Y mientras, para protegerse y adormecer la
crítica, gastan millones en propaganda. No hay ningún debate social. La
democracia termina en el voto, un voto con el que construyen una nueva
aristocracia. Es éste un poder político distante y autoritario en el
que, a más mediocridad, se actúa con más autoritarismo.
Como lo esencial es servir al capital, la crisis también es también
democrática. Por eso, todos los elementos participativos los
convierten en papel mojado. Todos son todos. A los sindicatos se nos
ofrece participar en un teatro vacío de contenido (el llamado ‘diálogo
social’) para legitimar un saqueo. ELA afirmó hace años que era
incompatible una política al servicio exclusivo del poder económico con
nuestra presencia en estructuras inútiles que tienen por objeto hacer
creer que se hace política “en
beneficio de todos”. ELA denunció que el ‘diálogo social’ no existe;
que las decisiones son unilaterales, y que se utiliza para desmovilizar
a la sociedad.
Optamos –con otros– por poner en marcha una agenda social
reivindicativa. Había y hay alternativa. Adelantamos que la patronal
trataría de sacar provecho de la subordinación del poder político y de
la disciplina que impone el desempleo masivo para chantajear las
condiciones de trabajo; no nos equivocamos. Había, pues, que trabajar
mucho para sujetar conquistas sociales y laborales. Convocamos la huelga
general del 21 de mayo, la del 29 de junio contra la reforma laboral y
la del 27 de enero contra la de pensiones. Elaboramos un decálogo
social, interpelamos a esa clase política que nos despreció, convocamos
manifestaciones… En Hego Euskal Herria ha habido una agenda con
alternativas y de movilización.
Su contestación fue acusarnos de ‘antisistema’. Lo hicieron el
Lehendakari, la consejera Zabaleta, el Diputado General de Bizkaia…
Dicen que somos ‘antisistema’ en foros a los que asisten los
representantes más reaccionarios del mundo económico. ¡Esos sí son del
sistema! Pues bien, es un honor, ante tal falta de mesura, no formar
parte de “su sistema”.
Surgen otras movilizaciones sociales. ¡Ya era hora! La gente normal, la
que sufre injusticias, concluye que el capital pasa por encima de la
política y, al verse desprotegida, se moviliza para exigir más
democracia y otras políticas. Cuando esto sucede,
es que la
democracia funciona. Lo que no es normal es el acatamiento acrítico, la
resignación, la indiferencia social, la falta de solidaridad y el dejar
hacer. La política –también lo decíamos el 1º de mayo– “es
demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos”.
Ante estos hechos hay una reacción que no tiene desperdicio. Es la del
Lehendakari López, que dijo ver en las movilizaciones “una mano oculta”,
para corregir al día siguiente y pedir a quienes se movilizan que le
cuenten “vía Twitter” sus
preocupaciones… para contestarles.
Si esta cuestión no fuera tan seria,
provocaría risa. No hay derecho a que tomen a la gente por idiota; no
pueden obligarnos a militar en la
imbecilidad ante tanto despropósito.
Pues bien, los efectos de la crisis
económica van a continuar porque no quieren cambiar las políticas. Y
solo lo harán si se les obliga. No han tomado ni una sola decisión que
perjudique al capital. Ni una. No quieren tocar la fiscalidad (la
patronal vasca ha dicho que “hay
mucho que recortar, antes que subir los impuestos”); han impuesto
límites durísimos al déficit público para reducir el gasto social; los
bancos no dan crédito –salvo con intereses de usura– a pesar de que
Zapatero justificara las ayudas públicas a la banca “para
que fluyera el crédito”; atacan los salarios con chantajes y
reformas como la laboral y la de negociación colectiva; y las pensiones
públicas para disfrute de Botín; reducen prestaciones sociales a quienes
las necesitan; han dejado para después de la elecciones el anuncio de
más recortes; quieren convertir todo –privatizando– en objeto de
negocio… Todas estas medidas tienen efectos muy negativos: más desempleo
y menos solidaridad. Con estas políticas gana la economía especulativa,
y a ésta el empleo y la solidaridad le traen sin cuidado.
Es cierto que hay muchos condicionantes externos que dificultan la
acción sindical y social. Nunca ha sido fácil. También es cierto que
esta coyuntura ofrece oportunidades para ese trabajo. Depende de cómo
trabajemos. El capital y la política que le acompaña, en plena
involución social, vuelve al pasado porque le estorban los actuales
equilibrios sociales. ¡Vayamos nosotros al pasado y recuperemos la
esencia del movimiento sindical! Es ahí donde está nuestra legitimidad y
fuerza.
Esa clase política está preocupada. No le gusta que la gente normal sepa
que no mandan, que “hablan por boca de ganso”. Y es importante ser
consciente de eso. Pero cometeríamos un error si menospreciásemos su
poder y su habilidad manipuladora.
No es un problema de tener razón; la tenemos. Tampoco de carecer de
alternativa; también la tenemos. Es un problema de relación de fuerzas.
Y ellos temen que la indignación social refuerce organizaciones de
contrapoder. Como sindicato de clase y desde nuestra opción por una
construcción nacional que no desprecie lo social, tenemos la obligación
de traducir estas experiencias colectivas en fortalecer estructuras
organizativas a todos los niveles que sean capaces de disputar poder.
Poder sindical, para hacer frente a lo inmediato (la defensa organizada
de las condiciones de trabajo); poder social, para desarrollar -con
otros- una agenda por la solidaridad y para colaborar, desde la plena
autonomía partidaria, en la regeneración ética de la vida política. Sin
complejos, desde los valores de una organización sindical de clase y
abertzale. En el año de nuestro centenario.
Adolfo Muñoz “Txiki”.
Secretario General de ELA